miércoles, 24 de agosto de 2011

Paraíso inhabitado



Adri es una niña que vive en un estadio de ensoñación perpetua, refugiada en el territorio de los cuentos, protegida por los seres del “servicio”, que auscultan sus pasos e intentan envolverlos en una aureola inocente, para que los otros Gigantes (su madre o las hermanas del colegio) no la castiguen o la trasladen de puntillas al otro mundo, frío y grotesco que la paraliza. Ella busca la complicidad de la noche, de los objetos, cuadros u sueños que le permiten solaz y silencian su tristeza, su debilidad u miedo ante lo desconocido. Lo desconocido son esos sentimientos que los adultos pretenden disfrazar con palabras o gestos que la humillan y la ensucian: porque ella no ríe ni habla casa, o se comporta de otra forma, y por eso es la “niña mala”, y por eso los adultos de la casa (sobre todo su madre o las monjas del colegio) afean ante sus ojos su conducta y le piden que sea buena, aunque ella desconozca lo que ha hecho mal y se empecine en su soledad y sus rarezas.

Pero Adri… no está sola, algunos Gigantes sí que la entienden o al menos pretenden salvarla, encender sus mejillas, proporcionarle el regalo de sus sonrisas: son los personas del servicio, que se preocupan de ella y cuyo mundo interior le ofrece un universo limpio, lleno de autenticidad y alejado del maniqueísmo y de las dobles verdades huidizas de los otros Gigantes. Para salvarla allí están Tata María e Isabel, las criadas de la casa, Teo, el tutor de su amigo Gavi, su tía Eduarda, e incluso, la cálida mano de su padre y sus cartas.

Para Adri el mundo que le produce felicidad se reduce a la cocina, a las visitas a casa de su amigo Gavi, a las visitas de su tía Eduarda… En ese mundo, existe zonas oscuras, dolor y miedo y sufrimiento, pero aún así, ella se siente arropada porque en esos espacios encuentra el calor humano, la compresión y el cariño, que no puede sentir cuando traspasa el umbral a la fuerza y se dirige a la zona del parquet encerado, un espacio donde el silencio la hace sentir insólitamente desvalida, mala y sola. Es el mundo de los adultos que no la entienden: ni su madre, ni su hermana Cristina, ni siquiera sus propios hermanos que se han marchado, pueden entenderla. Para todos ellos su corazón está enfermo, ellos no pueden salvarla ni tampoco pueden escucharla.

Lo más conmovedor de la novela es el recorrido que hace Matute por el mundo de los sueños que se despiertan cuando la protagonista está con su amigo Gavi, un chico que vive con su tutor Teo, tan desvalido como ella. Puesto que sus almas son gemelas, sólo cuando están juntos el mundo, pese a su fealdad, parece otro, envuelto en una película donde se refugian: un cuarto donde leen o juegan con un teatrillo, un patio, donde respiran y corren junto a Zar, el pastor alemán de su amigo.

La novela nos muestra a una familia burguesa, rota, que se ha derrumbado. Los padres de Adri se han separado, y su madre es incapaz de atraer a la niña a su regazo y siempre se muestra fría y dolida. Ella es un Gigante más, que siempre está acechando su felicidad, y riñéndola.

Como telón de fondo, los difíciles años de la República, la lucha de una sociedad maniquea, incapaz de hallar su espacio, una burguesa encorsetada en una hipocresía en la que se asfixia. Un mundo incapaz de dar a luz una vida desempañada de la tiranía o de pobreza que envuelve el interior de las personas.

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