Miguel Serveto (Villanueva de Sijena, Los Monegros, 1511; colina
de Champel, Ginebra, 1553), más conocido por la adaptación francesa de su
apellido como Servet, hijo de un notario y privilegiado con una esmerada
educación, ha pasado a la Historia por describir en 1553 la circulación pulmonar
de la sangre.
Porque Servet no solo
fue un médico aplicado y caritativo (creó la primera “seguridad social”,
organizando un sistema de turnos para que todos los médicos de Vienne
atendiesen a los enfermos sin recursos), sino un auténtico “hombre del
Renacimiento” que dominaba múltiples disciplinas: griego, hebreo, derecho,
teología, matemáticas, astrología, hermetismo, anatomía… Para él, no era
concebible estudiar al hombre sin conocer los astros, las lenguas bíblicas y al
mismo Dios, pues toda la Creación era única y Dios estaba en todas partes. Y
así es como se metió en camisa de once varas. Con solo 20 añitos, en 1531,
publica De Trinitatis erroribus, un tratado contra el dogma de la Trinidad con
el que ya consigue ser tachado de hereje y blasfemo por todas las corrientes
del cristianismo, y su obra posterior no lo arregló. Tuvo que huir de París y
de Tolosa, con la inquisición olisqueándole los talones, y acabó con nombre
falso en Vienne bajo la protección del arzobispo que había sido alumno suyo en
clases de hermetismo y astrología. Se hizo con una buena reputación como
médico, consiguió la ciudadanía, prosperó económicamente.
Soberbio, tozudo, convencido de tener una inteligencia
privilegiada y de superar dialécticamente a todos los teólogos de su época,
tanto católicos como protestantes, publicó clandestinamente Christianismi
Restitutio… pero con sus iniciales e incluyendo unas reveladoras cartas
cruzadas entre él y Calvino. Y, por si aún así no lo pillaban, se encargó de
que un ejemplar llegase a las manos del propio reformador. Así logró meterse en
un berenjenal con la participación simultánea de la inquisición francesa (de la
que logró escapar por pelos) y la ginebrina (que le echó el guante). Los
enrevesadísimos mecanismos de ambos procesos, propios de una película de
espías, se narran en esta novela.
Históricamente impecable. Contribuye además a desmontar muchas
de las falsedades que circulan entre la población general: no lo condenaron por
descubrir la circulación de la sangre, no lo persiguió la inquisición española
sino la francesa, y no lo quemó la iglesia católica sino la calvinista. Nos
ayuda a entender por qué motivos un hombre que lo tiene todo se lanza de cabeza
a la perdición (primero en Vienne y después en Ginebra). Nos desvela por qué
Calvino le tenía tantas ganas. Nos explica las razones que lo han convertido en
un ídolo de la libertad de conciencia. Nos acerca al interior de un tozudo
incurable. Esta novela es una magnífica herramienta de divulgación sin faltar a
la amenidad.
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