lunes, 1 de diciembre de 2014

El médico hereje


Miguel Serveto (Villanueva de Sijena, Los Monegros, 1511; colina de Champel, Ginebra, 1553), más conocido por la adaptación francesa de su apellido como Servet, hijo de un notario y privilegiado con una esmerada educación, ha pasado a la Historia por describir en 1553 la circulación pulmonar de la sangre.
 Porque Servet no solo fue un médico aplicado y caritativo (creó la primera “seguridad social”, organizando un sistema de turnos para que todos los médicos de Vienne atendiesen a los enfermos sin recursos), sino un auténtico “hombre del Renacimiento” que dominaba múltiples disciplinas: griego, hebreo, derecho, teología, matemáticas, astrología, hermetismo, anatomía… Para él, no era concebible estudiar al hombre sin conocer los astros, las lenguas bíblicas y al mismo Dios, pues toda la Creación era única y Dios estaba en todas partes. Y así es como se metió en camisa de once varas. Con solo 20 añitos, en 1531, publica De Trinitatis erroribus, un tratado contra el dogma de la Trinidad con el que ya consigue ser tachado de hereje y blasfemo por todas las corrientes del cristianismo, y su obra posterior no lo arregló. Tuvo que huir de París y de Tolosa, con la inquisición olisqueándole los talones, y acabó con nombre falso en Vienne bajo la protección del arzobispo que había sido alumno suyo en clases de hermetismo y astrología. Se hizo con una buena reputación como médico, consiguió la ciudadanía, prosperó económicamente.

Soberbio, tozudo, convencido de tener una inteligencia privilegiada y de superar dialécticamente a todos los teólogos de su época, tanto católicos como protestantes, publicó clandestinamente Christianismi Restitutio… pero con sus iniciales e incluyendo unas reveladoras cartas cruzadas entre él y Calvino. Y, por si aún así no lo pillaban, se encargó de que un ejemplar llegase a las manos del propio reformador. Así logró meterse en un berenjenal con la participación simultánea de la inquisición francesa (de la que logró escapar por pelos) y la ginebrina (que le echó el guante). Los enrevesadísimos mecanismos de ambos procesos, propios de una película de espías, se narran en esta novela.

Históricamente impecable. Contribuye además a desmontar muchas de las falsedades que circulan entre la población general: no lo condenaron por descubrir la circulación de la sangre, no lo persiguió la inquisición española sino la francesa, y no lo quemó la iglesia católica sino la calvinista. Nos ayuda a entender por qué motivos un hombre que lo tiene todo se lanza de cabeza a la perdición (primero en Vienne y después en Ginebra). Nos desvela por qué Calvino le tenía tantas ganas. Nos explica las razones que lo han convertido en un ídolo de la libertad de conciencia. Nos acerca al interior de un tozudo incurable. Esta novela es una magnífica herramienta de divulgación sin faltar a la amenidad.


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