En Valencia, en el año 1559, una joven llamada Brianda de Santángel es requerida por su tía Sabina para cuidar de su pequeña prima Leonor en Zaragoza. Brianda deja entonces su ciudad natal y se instala en la hermosa morada de Sabina de Santángel y su esposo Gabriel Zaporta. Una casa que esconde el secreto y el origen de la Zaragoza más primitiva. Una casa en la moran unos dioses tallados en alabastro. Unos dioses que no serán del agrado de la Santa Inquisición.
La casa de los dioses de alabastro narra la historia de la familia Zaporta, una familia que vivió en la Zaragoza del siglo XVI. Sabina de Santángel fue una mujer perteneciente a la nobleza zaragozana con raíces judías conversas. Casada con el mercader Gabriel Zaporta, la familia tuvo un importante papel en el mundo mercantil y económico de la ciudad, no en vano, la vida de Gabriel se comparó con la de Cosme el Viejo en otra ciudad renacentista, Florencia. Gabriel Zaporta mandó construir la que se convertiría en una de las casas más hermosas de su tiempo. Levantada en 1549 como regalo de bodas a su amada esposa, en su patio se esculpieron imágenes de dioses paganos y símbolos relacionados con horóscopos y planetas.
En la novela, Magdalena Lasala pone nombre al autor de aquellas hermosas construcciones, Jabir, quien será el hilo conductor del misterio que rodea la casa y la estirpe femenina de la casa de Santángel. Pues todas las mujeres que llevaron aquel apellido parecían haber nacido con una maldición. Jabir habría escrito en aquellas hermosas paredes y columnas y también en un libro perdido, las predicciones de la casa Zaporta, su mapa astral, el destino de todos sus miembros y el futuro de la ciudad de Zaragoza.
Todo ello, los signos paganos, el origen converso de la familia y el poder que parecen emanar las mujeres en un siglo poco dado a aceptar dicho poder femenino, será campo abonado para los representantes de la Santa Inquisición.
El Santo Oficio, en aquellos años del siglo XVI, ejercieron su cometido repasando las estirpes de los cristianos nuevos y buscando cualquier resquicio de herejía. Muchos fueron quemados en la hoguera como otros tantos libros prohibidos por un tribunal dispuesto a limpiar de impureza la sangre y los pensamientos cristianos. A todo ello se unía la presión que el rey entonces todopoderoso Felipe II ejercía sobre Zaragoza y todo el reino de Aragón en un intento de someter a aquel pueblo rebelde defensor de sus fueros y de hacer cumplir las leyes de su monarquía universal.
Magdalena Lasala nos muestra en La casa de los dioses de alabastro un pedazo precioso de la historia de nuestro país en uno de los siglos más controvertidos. Creencias paganas, ortodoxia cristiana, intereses económicos y políticos, visiones de un futuro incierto, todo ello culminado con el poder de una estirpe de mujeres dispuestas a morir si es necesario por todo aquello en lo que creen, por proteger a sus dioses de alabastro que se erigen recios y orgullosos en el patio de la casa Zaporta.
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