La nieta mayor de Beatriz Golmayo rescata del olvido familiar —un olvido intencionado— la historia de una abuela de la que apenas tiene recuerdos. Nacida en una casa señorial en un pueblo de la Castilla profunda, Beatriz, la hija única de unos padres jóvenes, ricos y profundamente enamorados, parece tener escrito el destino en letras de oro. Pero el azar es caprichoso y, desde el mismo momento de su nacimiento —un frío treinta de noviembre de mil ochocientos noventa y cinco—, su vida estará marcada por la tragedia.Beatriz representa la dignidad de una mujer que no pierde la compostura nunca. Y la lucha por la supervivencia. La lucha, sobre todo, de las mujeres cuando no hay nada de lo que echar mano, cuando todo parece perdido. Esta lucha callada y discreta sin la cual el mundo ya no sería mundo. Solo de vez en cuando Beatriz se permite bajar la guardia durante un instante para preguntarse en qué momento se perdió la felicidad que le tenía reservada la vida, dónde se truncaron todas aquellas promesas.
De la mano de la protagonista de El pulso de mi sangre, el lector se pasea por la España de la primera mitad del siglo veinte. Una visión de lo que ocurre de puertas adentro, en el microcosmos de lo cotidiano, de los sentimientos y del dolor de todos aquellos que luchan por salir de la ignorancia y la miseria, en el escenario de los poderosos de turno empeñados en no perder el mando y el control. Mientras el país se va desangrando, primero, en una absurda guerra en Marruecos, después, en las revueltas anarquistas y, finalmente, en la guerra fratricida en la que «el terror se va haciendo sitio poco a poco en la conciencia colectiva ante la dialéctica endemoniada de los dos bandos».
Al final, la historia se permite un capricho y, en un giro inesperado, brilla un rayo de esperanza.