La meditación nos con-centra, nos devuelve a casa, nos enseña
a convivir con nuestro ser, nos agrieta la estructura de nuestra personalidad
hasta que, de tanto meditar, la grieta se ensancha y la vieja personalidad se
rompe y, como una flor, comienza a nacer una nueva.
Meditar es asistir a este
fascinante y tremendo proceso de muerte y renacimiento. Gracias a la meditación
el autor ha ido descubriendo que no hay yo y mundo, sino que mundo y yo son una
misma y única cosa.
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