Quizás el argumento de “Marta” sea peligrosamente típico: el reencuentro, treinta años después, con el primer amor de juventud. El pasado idealizado, el primer sentimiento puro y su rescoldo -candente aún- enfrentándose al presente imperfecto y su corteza lunar. La ruleta de la vida y sus imperfecciones e insatisfacciones; su tedio; contra la deflagración y la materialización del recuerdo perfecto. La rutina y su lluvia ácida frente a un revulsivo, un contraveneno, el antídoto más eficaz.La historia no es original; entonces, ¿dónde está la diferencia? Pues la diferencia está en quién y cómo lo cuenta. La diferencia está en Víctor Juan. En contar una historia que otros han contado antes y no caer en el amaneramiento. El mérito de Víctor Juan está en que conoce el valor, la fuerza de las palabras. En saber elegir, en saber escribir con las palabras que sirven para recrear y entender el mundo, explicar los sentimientos o para mostrar la belleza.
La historia típica es la parte de telenovela, la parte de bolero. Pero Víctor Juan nos recuerda la parte de verdad, la parte íntima que esconden la letra de esos boleros y esas canciones de amor en los que la vida es eterna en cinco minutos. Porque “Marta”, sí, nos habla del primer amor y su incombustibilidad, de su reencuentro en el instante preciso y en el momento adecuado; del seísmo, la erupción que provoca; pero no como un melodrama sino como la puerta que se abre y hace entrar la luz iluminando un interior vacío. Pero lo más importante de esta historia de amor atemporal no es el lugar común, no es cambiar un nombre por otro y quedarse en el mismo lugar, no. Esta novela es una autoafirmación. El descubrir el yo individual, lo que somos cada uno, lo que queremos hacer con nosotros mismos. Recuperar el interés y la ilusión, tener algo que esperar, algo que desear.
Y es también un homenaje a Zaragoza. A sus calles, a el Tubo de la infancia y sus portales oscuros, y, sobre todo, a la orilla del Ebro, a su paisaje en extinción. Y es también la coherencia y la valentía del hombre que no se vende. Del hombre sin ambición, sin deudas, sin necesitar más que lo necesario, lo que de verdad importa. Vivir sin desear nada. Y es una novela contra la corrupción política, el dinero y la vanidad humana.
Víctor Juan (falso cantante de boleros) nos obliga a mirarnos, a enfrentarnos con lo que tenemos y lo que nos falta; a lo que hemos perdido, en lo que nos hemos convertido. Porque llegada cierta edad la desilusión se hace una enfermedad degenerativa. Resignarse era vivir como si todo pudiera posponerse para la vida eterna. Tenemos el compromiso con la alegría, la obligación de la felicidad. Ése es el único imperativo con el que nacemos.
La íntima verdad es que todos necesitamos esa ilusión. La íntima verdad, la absoluta e innegable verdad es que se hace necesario buscar esa ilusión y atraparla. Raptarla, capturarla sin posibilidad de rendición. No claudicar, no pensar que ya no hay nada que hacer, que no merece la pena asumir riesgos, buscar, seguir intentándolo. Que siempre es todavía.
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