El balcón en invierno es el libro de un novelista que quiere
escribir la historia de un hombre jubilado. Su personaje va a pasear por la
calle con una pistola en el calcetín y diez euros para limosnas que serán
distribuidas con una maniática arbitrariedad entre los mendigos del barrio.
Es el libro de un novelista indeciso, en crisis, que mezcla de
forma inevitable la inseguridad y las perplejidades de la literatura con las
dudas de la vida. Cuando lee lo que acaba de escribir, suele sentir que se
trata de un esfuerzo fallido.
Cuando piensa en la disciplina del despacho y la
escritura, es posible que le oprima el vértigo de la vida callejera, una
aventura real que se escapa, una existencia que parece ocurrir en otro lado.
Pero cuando vuelve a leer lo escrito, se reconcilia a medias con sus palabras
en un camino de ida y vuelta entre la desolación y la alegría. Es lo mismo que
le ocurre en los viajes, cuando se impone el deseo de regresar a la
tranquilidad de unas habitaciones conocidas y propias. El libro se convierte en
un regreso al pasado. Es el cuidadoso álbum de una educación sentimental. Bajo
la piel madura del escritor hay un niño al que le gustaba mentir, fantasear en
el campo con las cosas que ha visto en la ciudad e inventarse en la ciudad los
misterios y la magia de todo lo que ha vivido en el campo. El escritor cuenta
historias ante sus lectores como si estuviese inventando una excusa o tejiendo
un asombro ante un padre, una madre y tres hermanas. ¡Lo que miente este niño!
El libro desnuda al jubilado, protagonista de la novela que
iba a escribirse, para contar la historia del propio escritor. Se convocan así
los recuerdos de una familia de labradores que emigra a Madrid en 1960. De la
infancia a la adolescencia, de Alburquerque al Barrio de la Prosperidad, de las
mentiras al gusto por la literatura, de la novela a la ficción autobiográfica.
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